Suena el despertador, parece que la noche pasó en un minuto, despierto con la sensación de tener el cuerpo molido. Me desperezo y pongo los pies en el suelo. En cuestión de minutos empieza una nueva jornada en la que da igual el momento de vida en el que me encuentre. El móvil, las clases, el trabajo, la pareja, los hijos, la compra, las labores del hogar, los problemas de mi familia, los amigos, las tareas del cole de mis hijos... y un sinfín de eslabones más, forman una cadena eterna en la que nos cuesta encontrar un momento para el descanso.
Esto nos ocurre a la mayoría de las personas hoy en día. Lo curioso es que somos capaces de verlo y lo contamos, lo compartimos, nos quejamos, nos ponemos como tarea para salir de este bullicio otras más como ir a caminar, apuntarnos al gimnasio, hacer ejercicio en casa, darnos un baño relajante..., pero lo que hacemos al final es aceptar que esta semana tenemos tanto que hacer que no hay cabida para ese espacio propio.
El tiempo que nos dedicamos a estar solos, en contacto con lo que nos va llegando, sin ruido de fondo, sin teléfono, televisión, radio...es cada vez más escaso. Existe una tendencia a llenar cada momento con algo que nos saque de nuestro pensamiento y soledad. Cubrimos nuestro estado interno con actividad, compañía, tecnología y ruido.
El objetivo de este hacer incansable y socialmente generalizado es evitar el contacto con lo que nos duele, con lo que nos preocupa, con el vacío que puede traer la soledad.
Pero detrás de ese silencio, de esa sombra, si escuchamos la voz interior, respiramos y paramos, descubrimos que también hay luz y podemos conectar con el cuidado propio.
Desarrollar estrategias para resolver lo que nos ocupa, dejar espacio al emergente y atenderlo. Qué ocupa mi pensamiento y mi cuerpo y qué puedo hacer con ello.
Cuántas veces por la noche en el sofá tomamos conciencia de todo lo que nos provoca malestar y dolor y empezamos a despojarnos de lo que nos aprieta, nos estiramos, buscamos la manta de calor que nos calme la tensión en la espalda... Ese parar nos coloca en la escucha propia. Contamos a nuestra familia lo que nos llega de todo el día. Pero le dedicamos las migas de nuestro tiempo. Lo que ya no podemos ocupar de otra manera. Minutos. Instantes antes de caer dormidos y desfallecidos.
La escucha interna es necesaria. No cabe en un resto de nuestra jornada. La necesidad de encontrar este espacio y este tiempo nos da conciencia de lo importante que es para nosotros estar solos sin hacer nada especial. Sentarse a meditar, desde la simple acción de respirar y dejar entrar y salir los ruidos, los pensamientos y las sensaciones corporales, nos saca de la acción neurótica y de la desconexión con nosotros y nuestras necesidades.
La escucha interna nos cuenta en qué estamos en este momento de la vida y nos da la oportunidad de atenderlo como merece.
Comments